sábado, 9 de mayo de 2015

¿En qué nos parecemos?

-              -  Ay, ¡Mi Dios! - suspiró, sentada al borde de la cama, con las manos juntas apuntando al cielo.
-              - ¿Qué pasa, abuelita? – me sobresalté.
-          -   Sos tan parecida a mi cuando tenía tu edad que me da miedo – me dijo, preocupada, con el ceño fruncido.
-               -  Abu, pero vos no podes ver (me) – le contesté en un estúpido y atroz momento de racionalidad.
-              -  Ya sé, pero te imagino – me dijo tan dulce e inocente, que no pude más que echarme a llorar. Quise abrazarla, pero eso no le gusta. Me acerqué y le acomodé el cuello del saquito marrón, su preferido; el que está roto y le faltan dos botones y todavía insiste en ponérselo.
-            -  ¿Y en que nos parecemos? – pregunté con la voz, el alma y las piernas temblorosas.
-           -  En todo, Mascarita, en todo -. Se quedó pensativa. Y yo, frágil, intrigada y sacudida, como solo ella sabe dejarme. Esperé en silencio que vuelva de vagar en sus pensamientos, que vuelva ella, no esa señora que suele aparecer cuando la confusión característica de su edad la transforma. Y volvió:
-            - ¿Crees en Dios? -
-            -   A veces pienso que si no sos vos, estás muy cerca -.
-            -  ¿Cómo un ángel? -
-            -  Algo así -.
-            -  Explícame -.
-            - Algo así, no sé cómo explicarte -.
-            -  Bueno, escribimelo. Y después léemelo -
      Hablaba de manera tan suave que se me estrujaba el pecho. No soy capaz de hallarme un parecido con esta mujer tan bella, delicada, llena de luz y vida a sus 93 años.
-           -  ¿Te acordas que me contaste que cuando eras chica te gustaba escribir poemas? – quise saber.
Lanzó una fuerte carcajada. Cuando yo me reí se me escaparon algunas lágrimas más.
Se acordaba. Seguro también se acordaba que en ese entonces tenía dos pretendientes y les escribía, con el temor siempre latente de equivocarse y entregarle a uno, el poema que era del otro. Se acordaba de todo. De todas las cosas que había hecho en su juventud. Me explicó que nos parecemos en algo tan precioso como triste: amamos sin miramientos. Y como ella sufrió mucho por eso, no quiere que me pase lo mismo a mí. “Amamos con intensidad hasta al perro del vecino” fue su reflexión final antes de querer cambiar de tema.
-          -  ¿Te dije ya que sos hermosa, abu? -
-           - Si, un millón de veces. En eso también te pareces a mí, repetimos las cosas un millón de veces.

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