- - Ay, ¡Mi Dios! - suspiró, sentada al borde de la
cama, con las manos juntas apuntando al cielo.
- - ¿Qué pasa, abuelita? – me sobresalté.
- - Sos tan parecida a mi cuando tenía tu edad que
me da miedo – me dijo, preocupada, con el ceño fruncido.
- - Abu, pero vos no podes ver (me) – le contesté en
un estúpido y atroz momento de racionalidad.
- - Ya sé, pero te imagino – me dijo tan dulce e
inocente, que no pude más que echarme a llorar. Quise abrazarla, pero eso no le
gusta. Me acerqué y le acomodé el cuello del saquito marrón, su preferido; el
que está roto y le faltan dos botones y todavía insiste en ponérselo.
- - ¿Y en que nos parecemos? – pregunté con la voz,
el alma y las piernas temblorosas.
- - En todo, Mascarita, en todo -. Se quedó
pensativa. Y yo, frágil, intrigada y sacudida, como solo ella sabe dejarme. Esperé
en silencio que vuelva de vagar en sus pensamientos, que vuelva ella, no esa
señora que suele aparecer cuando la confusión característica de su edad la
transforma. Y volvió:
- - ¿Crees en Dios? -
- - A veces pienso que si no sos vos, estás muy
cerca -.
- - ¿Cómo un ángel? -
- - Algo así -.
- - Explícame -.
- - Algo así, no sé cómo explicarte -.
- - Bueno, escribimelo. Y después léemelo -
Hablaba de manera tan suave que se me
estrujaba el pecho. No soy capaz de hallarme un parecido con esta mujer tan
bella, delicada, llena de luz y vida a sus 93 años.
- - ¿Te acordas que me contaste que cuando eras
chica te gustaba escribir poemas? – quise saber.
Lanzó una fuerte
carcajada. Cuando yo me reí se me escaparon algunas lágrimas más.
Se acordaba.
Seguro también se acordaba que en ese entonces tenía dos pretendientes y les
escribía, con el temor siempre latente de equivocarse y entregarle a uno, el
poema que era del otro. Se acordaba de todo. De todas las cosas que había hecho
en su juventud. Me explicó que nos parecemos en algo tan precioso como triste:
amamos sin miramientos. Y como ella sufrió mucho por eso, no quiere que me pase
lo mismo a mí. “Amamos con intensidad hasta al perro del vecino” fue su reflexión
final antes de querer cambiar de tema.
- - ¿Te dije ya que sos hermosa, abu? -
- - Si, un millón de veces. En eso también te
pareces a mí, repetimos las cosas un millón de veces.
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