martes, 26 de mayo de 2015

Desencantos varios

Llegó al lugar pactado y comenzó a ensayar una postura que inspire naturalidad. Al cabo de unos minutos la ansiedad la hizo caer en el cliché de sacar el celular y sumergirse en algo aparentemente interesante y ciertamente inexistente. Casi como si hubiera sentido su presencia, levantó la vista en el momento en que él cruzaba la calle. No bajó la mirada siquiera para guardar el teléfono que, bruscamente,  fue a parar en algún lugar del bolso.
Se saludaron con un choque de mejillas, sin beso, tímidos.
¿No tenes frío?
No, pero tengo las manos heladas. Le respondió al tiempo en que ponía ambas manos bien abiertas sobre la cara de él.
¿Y los labios también?
Fíjate. Le dijo, y en ese preciso instante ya se había arrepentido por no tener en claro las intenciones de su pregunta.
Y aunque sus labios se entreabrieron, sutiles y deseosos, sus cuerpos se acercaron por la fuerza de atracción, sus latidos se aceleraron un poco y ya no tenían tanto frio, ninguno se animó. Esperaban a que el otro dé el primer paso.

Sin mediar palabra empezaron a caminar por Zeballos. Prudentes, sus manos no se rozaban. Retraídos, sus ojos se esquivaban. Sensatos, acordaron – sin decirse absolutamente nada – hacer de cuenta que nunca tuvieron ese seudo impulso. De modo, que esa situación quedó perdida entre tantos desencantos varios. Sin gloria ni pena. Pero en ese clima hostil, ambos respiraban el remordimiento de saber que las historias más intensas son las que no llegan a ser. 

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