lunes, 21 de septiembre de 2015

Besos

Sé de muchos de los besos que regalaste, antes de recibir los míos. En buena hora te regalé mi beso inicial, porque fue perfecto, con la medida justa de besos previos, besos ajenos. Sé de muchos de los labios que te sonrieron, entre beso y beso, antes de que yo te sonriera como nunca sonreí, luego de llenarme de tu beso.
Hace poco –hace tanto- que no llega más tu boca hacía la mía, que nuestros labios no se recorren mutuamente. Bienaventuradas las mujeres que besan tu boca ahora. Y bienaventurada yo, que pasé por ella, y como aún queda tu beso en mí (en mi boca, en mi cuerpo), confío en que en ella queda algo de mí. Por la experiencia de nuestros besos no me arrepiento de nada, por la desilusión de ya no tenerlos, me reservó la melancolía para explayarme en otra ocasión.
Me niego a decir que te extraño, que te quiero, y sabe Dios cuantas melancólicas verdades más. Me las guardo, me las escondo, hasta perderlas, o eso espero; perderlas por un tiempo, hasta que ya no duelan tanto. Sin embargo, a esta altura de mis besos, ya me puedo asegurar que jamás voy a besar con tanto anhelo, tanta sed de alguien, como te he besado  a vos. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Gloria

La gloria de mirarte sin que te des cuenta. La gloria de apreciarte fresco y natural, sin tu pose ni mi roce.  La gloria de verte como ajeno, sintiéndote más propio que nunca. La gloria de verte reír, desde una platea privilegiada, cerrar los ojos un instante para escuchar tu risa, guardarla en mi memoria junto a las otras para luego poder escribir sobre ella o imaginar que es en mi honor.
Ay, la gloria de que te cruces de piernas, de que inclines la espalda lentamente hacia el respaldo del asiento, creer que soy la única espectadora del magnífico show que brinda tu cuerpo. La gloria de que seas, en todo tu esplendor.
La divina gloria y la punzante pena de saber que fuiste mío, de que pasé por vos – aunque sin pena ni gloria para vos -. Sobrellevo la pena gracias a la esporádica gloria de mirarte, de decirte que te quiero moviendo los labios y sin usar la voz. La sublime gloria y la aguda pena de rogar que mi mirada te alcance. Y, por más que no te percates enseguida, que tengas esa sensación de que alguien te acoge en su alma.
Que gloria y que pena, que contradicción. Gloria es mirar tu boca hablar y sonreír, ostentar sus dientes y su belleza. Pena es mirar tu boca, sospechar que no volverá a estremecer mis labios. Contradicción es seguir empecinada en quererte, cuando vos nunca lo hiciste.

La gloria, la pena y la contradicción de que no te hayas ido del todo, de pasearme en la delgada línea entre recordarte y vivirte.