domingo, 6 de marzo de 2016

El comienzo del recomienzo

Los días siguientes me los pasé durmiendo; cuando no hacía eso lloraba hasta quedarme dormida otra vez. A la semana ya comencé a levantarme temprano y de a poco me reincorporé a mis hábitos. Una mañana me di esperanzas: dejé la coraza en la mesita de luz y de ahí en más salí todos los días de casa amándolo. En el trayecto diario me dispuse a encontrarlo. Me dediqué a esa rutina fundamental de buscarlo, pensando que estaba limpia de él – y él puro de mí – y estábamos listos para el comienzo del recomienzo. Me encontraba tan vacía que nos imaginaba a ambos deseosos de volver a llenarnos de nosotros.


Ese anhelo absurdo de un encuentro que nunca se daba se transcurrió sin tiempo, sin espacio, sin sensatez. De un momento a otro, me golpeó la realidad y entendí que no era el amor ni la esperanza lo que me movía, sino el dolor y la desazón. Era otra tarde en la que vivía no por mí, sino por él cuando asumí que la vida podría cruzarnos mil veces pero ya no coincidiríamos nunca más; que él, tal cual lo conocí, no volvería jamás. Era otra tarde en la que respiraba soledades, cuando entendí que el amor mantiene de pie al más débil, y el amor propio me invitó a salir.