Tengo una
relación tormentosa con mi soledad. Por momentos nos llevamos increíblemente
bien, me compenetro con ella de manera casi heroica, intensa, hasta placentera.
Sin embargo, existen ocasiones en que nuestro vínculo es tenso, turbulento,
inestable, quebradizo, frío. Siento que ella me aborrece, que juega conmigo tal
marioneta.
Si lo analizo
bien, ella es histérica y egoísta, pero sobre todo es extremadamente celosa. Presurosa
se ocupa de estar conmigo en todo momento y lugar, solo con la intención de
repeler a quien se me acerque. Y como si fuera poco, procura alterar mi humor,
tornándome irritable, incluso deprimida. Así, más apartada de todos que nunca,
quedo a solas con ella, que me mira y se ríe triunfal. Se sale con la suya la
mayoría de las veces.
Se encarga de
aparecerse en mi camino, de poner piedras en él. De hacerme llorar, sin más
remedio que dejarme abrazar por ella. De entristecerme, y conformarme con su
consuelo. De hacer que me equivoque, sin otras lecciones que las que puede darme
ella. Cuando está de malas me susurra que no puede irse, que nadie más me
comprendería como ella, que sabe de los juegos sucios que me practico, de mi
autoengaño, mis flagelos, que conoce cada una de mis miserias. Y tiene razón.