Sé de muchos de los besos que regalaste, antes de recibir
los míos. En buena hora te regalé mi beso inicial, porque fue perfecto, con la
medida justa de besos previos, besos ajenos. Sé de muchos de los labios que te
sonrieron, entre beso y beso, antes de que yo te sonriera como nunca sonreí,
luego de llenarme de tu beso.
Hace poco –hace tanto- que no llega más tu boca hacía la
mía, que nuestros labios no se recorren mutuamente. Bienaventuradas las mujeres
que besan tu boca ahora. Y bienaventurada yo, que pasé por ella, y como aún
queda tu beso en mí (en mi boca, en mi cuerpo), confío en que en ella queda
algo de mí. Por la experiencia de nuestros besos no me arrepiento de nada, por
la desilusión de ya no tenerlos, me reservó la melancolía para explayarme en
otra ocasión.
Me niego a decir que te extraño, que te quiero, y sabe Dios
cuantas melancólicas verdades más. Me las guardo, me las escondo, hasta
perderlas, o eso espero; perderlas por un tiempo, hasta que ya no duelan tanto.
Sin embargo, a esta altura de mis besos, ya me puedo asegurar que jamás voy a
besar con tanto anhelo, tanta sed de alguien, como te he besado a vos.